Hitler y su ministro de propaganda, Goebbels, en seguida se dieron cuenta de las posibilidades que la radio ofrecía como arma de propaganda masiva. El primer paso fue controlar su programación, pero aun así había un problema, los receptores eran demasiado caros para la mayoría de la población. La solución fue la “radio del pueblo” un aparato simple y barato, además su escasa sensibilidad impedía sintonizar emisoras extranjeras. Alemania se convirtió en el país con más radios de Europa.
La Alemania nazi no tardaría en convertirse en el primer estado totalitario en usar la radio como medio de propaganda y adoctrinamiento. Si bien, en los años 30, la situación en Alemania no era muy diferente del resto de países europeos, en los que el medio estaba controlado por los gobiernos, el intervencionismo subiría de nivel con la creación de la Corporación de Radiodifusión del Reich, constituida en 1933 a partir de unas cuantas emisoras regionales semi-comerciales que fueron nacionalizadas. La creación de esta corporación vino acompañada de la prohibición de la publicidad y de la sustitución de la programación convencional por programas de alto contenido político más acordes con las consignas del partido.
Erich Scholz, un ambicioso funcionario del ministerio del interior con simpatías crecientes hacia el Nazismo, declaró que “la radio alemana sirve al pueblo alemán. Así que todo lo que degrada al pueblo alemán debe ser excluido de ella”. Alemania era todavía un país democrático, aunque la democracia tenía los días contados.
Con el monopolio de la radio bajo el control de su corporación, y la programación estrictamente censurada y de tono aún más nacionalista que el de los últimos días de la República Weimar, la radio podía convertirse en el medio más efectivo para extender la ideología nazi. El cine también era un medio válido, películas como por ejemplo la famosa “Triumph des Willens” (El triunfo de la voluntad) eran un buen medio de propaganda, pero costaba meses producirlas, mientras que la radio permitía una propaganda instantánea de la que además era a veces casi imposible escapar. Los discursos del Reich se retransmitían a través de su monopolio radiofónico, se podía considerar políticamente incorrecto y probablemente temerario apagar la radio durante esos discursos. Así que no había escapatoria a la sesión de lavado de cerebro.
El principal problema para convertir la radio en una herramienta de propaganda masiva era que los receptores eran demasiado caros. Esto había propiciado la aparición de clubes informales y asociaciones en los que sus miembros se reunían para escuchar un mismo aparato. Desde el principio estas asociaciones se convirtieron en objetivo de los nazis que habían comenzado a infiltrar a sus partidarios en ellas, incluso antes de 1933. Pero después del 1933, los nazis siguieron fomentado estos clubs, pues eran un lugar ideal para comprobar si su mensaje llegaba a la gente. Después de las emisiones se hacían debates en los que los nazis podían identificar a los que expresaban opiniones disidentes.
Sin embargo, la gente también quería escuchar la radio a solas en su casa. Para estos los nazis también idearon una solución: crear su propio aparato de radio, un receptor barato, la “radio del pueblo” la Volksempfanger. El diseño de los aparatos corrió a cargo de Otto Griessing. Los primeros receptores, los VE301 (el número 301 venía de 30 del 1, Enero, el día que Hitler llegó al poder en Alemania) fueron producidos en 1933 y se vendían por 76 marcos, más o menos la mitad de lo que costaba un aparato normal. Los VE301 eran aparatos simples con sólo dos bandas, pocos VE podían captar las emisiones de onda corta y tenían una sensibilidad bastante limitada, de manera que sólo pudieran captar las emisoras locales. Hubiera sido de poca utilidad para los nazis si los aparatos hubieran sido capaces de captar las emisoras británicas o soviéticas. En los diales, contrario a lo que era habitual en la época, sólo figuraban cadenas alemanas.
Una vez resuelto el problema de los aparatos, empezaron a re-estructurar la programación para asegurarse que los oyentes recibían información correcta política y culturalmente. Todos los discursos públicos de Hitler y del resto de líderes del partido eran emitidos. Había charlas sobre el nacional socialismo, algunas dirigidas al público en general y otras a grupos específicos, como por ejemplo las amas de casas o los obreros. Las emisiones de música extranjera se fueron reduciendo en favor de la música alemana, clásica o popular, hasta llegar a la prohibición de la música “negroide” y decadente, como el jazz, y también las obras de compositores judíos.
Pero la radio no sería sólo utilizada para ganar voluntades en el territorio alemán. Una de las demostraciones de su poder ocurrió a finales del 1934 en Saar, un pequeño territorio que después de la Primera Guerra Mundial había quedado bajo jurisdicción francesa y en el que a principios de 1935 tocaba celebrar un referéndum que permitiera a sus habitantes decidir si querían seguir como franceses, volver a ser alemanes u optar por la independencia. Aunque era bastante previsible que el resultado sería favorable para el partido, los nazis saturaron Saar y Alemania con programas, más de 1000 en 3 meses, en los que publicitaban las ventajas de volver a Alemania. La campaña fue un éxito, el resultado del plebiscito fue abrumadoramente a favor de la reincorporación a Alemania.
El éxito en Saar pareció convencer a los agitadores nazis que mediante el uso propagandístico de la radio se podía permitir conseguir cualquier objetivo político. Además este primer éxito les mostró el camino que seguirían años más tarde con Austria y Checoslovaquia, aunque en estos casos la radio no se limitó a convencer mediante el uso de propaganda positiva sino que usó una mezcla de propaganda y amenazas.
El gobierno de Hitler también mostró interés por la televisión. En 1935 anunciaron el primer servicio regular de televisión, “regular” porque emitía 3 días por semana con horario fijo. Inicialmente la mayoría de los aparatos de televisión estaban en sitios públicos, ya que no se vendían a particulares, y además costaban muy caros. Más tarde se pondrían a la venta al público general, aunque a un precio excesivamente elevado, 650 marcos. El estallido de la guerra paró la producción de estos aparatos, para entonces sólo había unos 600 hogares con televisión, aunque el servicio de emisiones regulares continuó hasta el 1944.